domingo, 13 de diciembre de 2009

VIOLENCIA MALDITA


Lima, 13 Diciembre 2009.- Ya pasó el clásico. Han tenido que ir como 15 mil policías para contener a esos “angelitos” y que nada malo suceda. Todos se felicitan por haber transcurrido todo en la más completa normalidad. ¿Pero ello es suficiente? Porque claro, el clásico ameritaba una seguridad estricta, pero ¿Qué pasará con cualquier partido común y corriente del campeonato? Porque esos desadaptados de ninguna manera se van a quedar tranquilos, sencillamente porque la delincuencia ha avanzado a pasos agigantados en nuestro país.
Ahora ya no son chicos fanáticos del fútbol ni drogadictos de mal vivir que te arranchan el reloj o te rompen el pantalón para sacarte la billetera. Son muchachos palomillas, futuros delincuentes comunes, que han encontrado la mejor manera de ganar plata fácil a costa de los pobres parroquianos que tiene la desdicha de pasar por su cuadra, por la zona donde los facinerosos mantienen en vilo a los vecinos quienes impotentes observan como esos delincuentes “cuadran” a las personas, no importando si estos son hombres, mujeres o ancianos.

Lo vimos recientemente a través del noticiero “24 Horas” de Panamericana Televisión, cuando se denunció que en una cuadra del distrito de La Victoria, un grupo de 15 muchachos asaltaban a plena luz del día, en plena calle Sáenz Peña, a toda persona que pasara por el lugar, robando celulares, billetes y relojes, mientras la policía “brillaba” por su ausencia.

Nos pasó a nosotros, una tarde de sábado cuando pasábamos por el distrito de Barranco en plena calle Luna Pizarro. Íbamos a dejar a un compañero, en auto, para dejarlo en su casa, cuando de pronto nos tocan la luna del carro y aparecen 7 muchachos, entre los 12 y 16 años, quienes aprovechando que abrimos la puerta del auto, se avanzaron sobre nosotros para robarnos el celular y la billetera correspondiente. Pero, como eran “primerizos en el asunto”, forcejeamos, hasta que un sereno que pasaba por el lugar, desató al perro, (bendito amigo del hombre), que inmediatamente los redujo. El asunto es que todos terminamos en la comisaría. Y allí, la historia, fue diferente, porque entre la burocracia que significa sentar una denuncia policial y el observar, que comisarías, como la del distrito de Barranco, no tienen ni siquiera papel para hacer una denuncia, resultaba penoso y exasperante, el observar como el tiempo pasaba y la dichosa denuncia no prosperaba. Pero más indignación causó, el ver como uno de los padres de estos “angelitos” defendía a su hijo, señalando, “el señor se ha equivocado, yo le compro de todo a mi hijo, él no tiene porque robar”.

Realmente uno observa cuadros como estos y sólo le queda pensar, dos cosas, o el padre quiere mucho a su hijo o está en complicidad con el hijo para que él robe todo tipo de cosas y luego llevarlo al “mercado negro” para verderlo y repartirse el botín.

Y si así esta nuestra capital, como estará el interior del país. Miren como los malhechores hacen de las suyas contra los pobres parroquianos que suben a esos buses interprovinciales, cuyo chofer, a mitad del camino permite subir pasajeros, entre ellos delincuentes, quienes te roban todo lo que tienes y encima hasta pueden violar a guapas chicas que tiene la mala suerte de subir en estos ómnibus.

No contento con ello, ahora que la navidad se acerca, un grupo de delincuentes, presumiblemente liderados por un hampón que vive como rey en un centro penitenciario (¿Qué hace el INPE, que no controla estos hechos, o forma parte del tinglado?), se da el lujo de planificar extorsiones o chantajes. Como, lo sucedido con los comerciantes de Gamarra, a quienes pretenden chantajearlos, amparándose en la fachada que forman parte de Sendero Luminoso.
Y sin contar con lo que sucede en la ciudad de Trujillo, donde prácticamente la ley no existe. Allí pululan extorsionadores, chantajistas, rateros y encima un “escuadrón de la muerte”, cuya realidad aún no está de todo aclarado.

Todo ello, nos conlleva a pensar que la violencia avanza peligrosamente. Es bueno pensar eso, antes que decir como, nuestros políticos de marras, que nada de eso sucede y todo es un mal invento. Eso no es así, lo que pasa es que esos personajes de cuello y corbata, van en auto y no tienen como el pueblo, común y corriente, que desplazarse en ómnibus, combis o simplemente caminando a pie.

Si ellos tuvieran que hacer eso, seguramente serían pieza fácil de esos malhechores que, para colmo, cuando son apresados, en su mayoría, menores de edad, son liberados porque llegan sus padres y se los llevan. La ley es clara y los fiscales también, el pobre padre es reprendido por la autoridad y se marchan con su hijo, que lógicamente reincidirá en el hecho, ya que esos menores dominan a sus padres y ya no hacen caso a nada ni a nadie. Le paso, a este redactor, que se tuvo que pasar cuatro horas en la comisaría de Barranco, para sentar una denuncia, eso que muy pocos hacen por miedo y temor a represalias, y todo para que venga un prepotente padre que desconoce la culpabilidad del chico, lo defiende, acepta el error y luego se lo lleva al “angelito”, quien seguramente pensará en dejar pasar unos días para seguir con los mismos métodos de siempre.

Como se dice, a uno le tiene que pasar estos hechos, para que sienta lo que padecen los otros. Y en verdad, la labor de los serenos, a veces, es fundamental, pero es insuficiente, porque están atados de mejores normas y leyes, por lo que poco pueden hacer. Mientras, nuestros efectivos policiales también pasan por lo mismo. Claro, hay buenos policías como malos también, pero el asunto es grave. Urge que nuestras autoridades reparen en un tema delicado que se le puede ir de las manos.

En los 80`s, Alan García y sus políticos de entonces, desconocían el problema del terrorismo y lo que pasamos los peruanos, fue muerte, desolación y hundimiento de nuestra economía. Si la seguridad ciudadana no cuenta con los elementos jurídicos necesarios, el asunto puede ser grave. A inicios de los ochenta, muchos no creían que el terrorismo iba llegar a la capital. Los resultados mostraron lo contrario y a nuestras autoridades solo les quedó, esconderse y retirarse descaradamente, dejando todo el problema al siguiente gobierno que entraba.

Nuestras autoridades tienen el deber de disminuir la delincuencia juvenil y debe haber una planificación general en torno al tema. Basta ya de tanto delincuente de poca monta que asusta a los vecinos. Porque, esos se convertirán, e poco tiempo, en potenciales malhechores de antaño. Hay que tomarlo en cuenta, señores del gobierno.

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